¿Qué es el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad – TDAH-?

Se trata de un diagnóstico infantil que ha aumentado de forma exponencial en los últimos años. Preocupante por el excesivo diagnóstico y porque suele abordarse con medicación.

Es importante hacer un repaso de qué es este “trastorno” infantil y por qué está siendo tan frecuente.

Se define como un trastorno que se inicia en la infancia y se caracteriza por dificultades para mantener la atención, exceso de movimiento e impulsividad (hiperactividad), así como dificultad en el control de los impulsos.

 

Síntomas

Los síntomas pueden resumirse en los siguientes:

  • Inquietud, movimiento …
  • Dificultad para controlar las emociones y la conducta: el niño es impaciente, interrumpe las conversaciones, se precipita al hablar, tiene frecuentes rabietas.
  • Fácil distracción, dificultades para escuchar, para seguir las normas de un juego, evitación de tareas que requieren un esfuerzo sostenido, búsqueda de gratificación inmediata.

Todo ello tiene enormes consecuencias en la vida familiar, escolar y social.

Como puede observarse en la sintomatología, no existen diferencias entre estos supuestos síntomas de un niño “hiperactivo” y el comportamiento y actitudes de un niño educado sin límites y al que no se ha transmitido la tolerancia a las frustraciones.

 

¿Cuáles son las causas de este “trastorno”?

Es un tema muy controvertido, y hay enormes divergencias. El discurso predominante en la actualidad sobre este “trastorno” (el cual no comparto), consiste en que se trata de un “trastorno de origen neurobiológico y muy probablemente de transmisión genética”. Se relaciona con un “mal funcionamiento de ciertas áreas del cerebro (zona prefontral, zona cerebelo y ganglios basales)”. Esto se plantea porque estudios neuropsicológicos demuestran que dichas zonas están relacionadas con la atención y el control de impulsos. Se suele aceptar que factores socio-ambientales pueden influir en el problema, aumentando la gravedad, pero sin considerarlos causa del trastorno.

Se trata, como decíamos, de un tema muy polémico y, aunque lo expuesto anteriormente constituye el  discurso predominante, existen divergencias y planteamientos diferentes sobre el mismo.

Esta concepción biologicista junto con la propuesta de una medicación, genera una sensación de alivio social y familiar: aparentemente existe una “solución”, y, además, nadie es responsable. Con frecuencia los padres piensan: “nos ha tocado”, no hay nada que revisar o interrogarse a nivel de la vida familiar y social.

Sin embargo, hay mucho que decir al respecto.  El desarrollo del cerebro, desde el mismo embrión, es continuo. Es un órgano tremendamente “plástico”. Está comprobado con estudios neurobiopsicológicos que es la interrelación con el ambiente (primero con los padres, con la familia, después en la escuela y en la interacción social)  lo que estimula el desarrollo del cerebro y sus diferentes áreas. Es así como se van desarrollando las conexiones nerviosas, y por ende las distintas áreas y capacidades. Por citar un ejemplo, en estudios realizados con niños que estudian música se ha comprobado un mayor desarrollo de las áreas cerebrales implicadas en la realización de dicha actividad. Se podrían citar muchos otros.

La herencia genética no es lo que determina exclusivamente el crecimiento y capacidades del cerebro. Se trata de algo fundamental, es decir, el funcionamiento cerebral sería el resultado de la interacción del niño con su entorno.

 

¿Cómo se diagnostica el TDAH?

Hay que aclarar que la forma de diagnóstico del TDAH se realiza solo en base a observaciones del comportamiento de los niños,  realizadas por los padres y/o por los maestros, los cuales rellenan un formulario respondiendo a diversas preguntas sobre el comportamiento del pequeño. No existen pruebas definidas como objetivas, tales como marcadores bioquímicos, pruebas neuropsicológicas o genéticas, o estudios de neuroimagen, capaces de detectar los supuestos desequilibrios bioquímicos origen del TDAH. En cambio, el discurso imperante es el del origen bioquímico, que dota de una supuesta “cientificidad” a este diagnóstico.

No deja de ser curioso, en cualquier caso, que cuando se plantea el tratamiento a seguir, además de la medicación que consiste en la administración de psicoestimulantes, se habla de:

  • Entrenamiento a padres (enseñar a los padres a “controlar la conducta perturbadora y potenciar la adecuada”).
  • Intervención escolar (tareas cortas, refuerzo positivo, etc.).
  • Tratamiento conductual del niño (autocontrol de la rabia, etc.).

Es decir, aparte de la medicación, que suele proporcionar tranquilidad a los adultos, seguramente porque no se les informa de los efectos secundarios y posibles problemas en los niños derivados del consumo de la misma, se pone el acento en la importancia del control de la conducta, es decir, de las actitudes y reacciones de los padres, o sea, de la interrelación con el niño. Las mismas personas/científicos que defienden este argumento, sostienen también que “para que el niño consiga un control de la conducta primero debe existir un control externo de la misma ya que éste es el proceso natural de adquisición del control de uno mismo, este control externo es el que se intenta fomentar mediante el uso adecuado de estrategias educativas que padres y maestros deben aplicar con coherencia y persistencia” (Admiten que con el paso del tiempo este control externo se interioriza y es posible el autocontrol). Es realmente sorprendente que tales afirmaciones no lleven a cuestionar el mismo origen neurobiológico tan argumentado.

En resumen, en dicho razonamiento, se ve la enorme contradicción y la falacia que encierra: primero se sostiene que el problema es neurobiológico/genético, y después al proponer el tratamiento, en una parte se reconoce que el control de la atención y de los impulsos depende del entorno y de la interrelación con el niño, en el sentido de un control externo de determinadas conductas y actitudes del niño que este irá interiorizando. Es llamativo el rodeo, y la incoherencia. En la actualidad un alarmante y excesivo número de niños, que presentan problemas de comportamiento y autocontrol, están siendo diagnosticados con TDAH y medicados.

Las consecuencias de este planteamiento son tremendas, con efectos en la subjetividad del niño, el cual será identificado -ya muy pequeño- como un niño con un trastorno. Hoy en día, además, con el desarrollo de internet, es fácil difundir ese discurso aparentemente “científico”, pero más cercano a una ideología. Todo el mundo habla de “niño hiperactivo” y cree saber diagnosticarlo.

En la actualidad existe una biomedicalización del sufrimiento infantil, que encubre los profundos cambios socioeconómicos, políticos, ideológicos y culturales que han transformado la sociedad en los últimos años (falta de tiempo con los hijos, presión económica, familias desestructuradas, familias monoparentales con importantes dificultades, etc.).

El TDAH no es un problema de desequilibrio químico, es un problema de desequilibrio en la forma de vida, y salvo casos muy concretos, es un efecto de ciertas dificultades que transcurren en etapas tempranas (problemas afectivos en la familia, conflictos en la relación entre los padres, desautorización entre ellos, estilos educativos excesivamente permisivos, protectores y con ausencia de límites claros y sostenidos de forma coherente, etc.)

Es fundamental lo que ocurre en la relación con los niños en los primeros años, tal como hemos ido hablando en diferentes artículos. Los niños hacen síntomas y muestran su malestar con alteraciones de comportamiento, con dificultades en la escuela, con somatizaciones, etc. La falta de atención, la hiperactividad y la impulsividad, son ejemplos de ello.