No dejan de publicarse cifras que reflejan el abuso de este tipo de medicación que existe en nuestro país. Antes de la Covid 19 España figuraba como el segundo país de Europa con un mayor consumo de ansiolíticos, por ejemplo, superando en el consumo de psicofármacos en general a la media europea y doblando a países como Holanda o Alemania.
Antes de la pandemia, un 11% de la población española consumía tranquilizantes, relajantes o pastillas para dormir, y casi el 6% tomaba antidepresivos y estimulantes. Actualmente, se ha registrado un incremento del 20% en el consumo de psicofármacos.
No porque esta situación sea una realidad bastante instalada desde hace años debería dejar de hacernos reflexionar sobre lo que está sucediendo y sus consecuencias.
A lo largo de la vida de toda persona existen momentos de cambio, situaciones de crisis, experiencias y vivencias que pueden conllevar dificultades, dudas, angustia, dolor, malestar psíquico, así como la aparición de síntomas de distinta índole, tales como insomnio, ansiedad, de tipo depresivo, etc. Un problema familiar o laboral, la pérdida de un ser querido, una separación, contratiempos económicos, son algunas de ellas. Se trata de experiencias que forman parte de la vida de toda persona. Son situaciones por las que, en la mayor parte de los casos, la persona es capaz de transitar, dando significación personal a sus vivencias, madurando y desarrollándose, y que en algunos casos determinados pueden requerir, o verse beneficiadas, de una ayuda psicoterapéutica.
Sin embargo, estas “dificultades” leves están siendo abordadas, cada vez más, como “trastorno” psicológico, y diagnosticadas en forma de “trastorno de ansiedad”, “depresión”, etc., y por consiguiente, medicalizadas, estableciendo así la siguiente equivalencia, tan instaurada en nuestra sociedad actualmente: “presencia de un síntoma = enfermedad o trastorno”, es decir, algo que requiere medicación (para regocijo de las compañías farmacéuticas).
Varias cuestiones confluyen en mi opinión en esta situación. Son insuficientes los recursos existentes en el sistema sanitario público en salud mental (en España hay una cuarta parte de los psicólogos y la mitad de psiquiatras en relación a la media europea). Al mismo tiempo, impera un planteamiento organicista de los procesos psicológicos y emocionales, lo cual genera a su vez muchas expectativas en las personas acerca de que cualquier malestar psíquico será localizado, diagnosticado, y será susceptible de “curarse” con una pastilla. Tales expectativas creadas vienen a unirse a las propias dificultades y limitaciones que tenemos los seres humanos, entre otras cosas, para comprender lo que nos pasa y abordar nuestro sufrimiento psíquico, no dejando de surgir ese anhelo de que exista una “varita mágica” (que en nuestros días parece tomar la forma de píldora), algo exterior a nosotros, que nos saque del malestar, sin esfuerzo, rápidamente, y sin tener que cuestionarnos nada de nuestra existencia.
Se crea así un círculo vicioso de importantes consecuencias. Se están medicalizando problemas leves, situaciones cotidianas, estados de ánimo relacionados con situaciones vitales y existenciales “normales”. Además, los psicofármacos -junto con los efectos secundarios que pueden producir y el riesgo de generar adicción a su consumo- están dirigidos a aplacar el síntoma pero no atienden a lo que lo origina. En este sentido producen en la persona un distanciamiento de su propia subjetividad (inquietudes, dudas, interrogantes, sentimientos, significaciones), es decir, de todos esos aspectos propios y particulares, relacionadas con tales dificultades, y que, aunque incómodos o dolorosos, contienen los hilos que permitirán deshacer el entramado del conflicto. Dicho distanciamiento, junto con la dependencia de la medicación, se convierte en muchos casos en una cronificación de los problemas durante años.
No se trata de cuestionar el uso de psicofármacos, que en un cierto número de pacientes suponen una ayuda necesaria e imprescindible, pero sí de cuestionar la banalización que actualmente se está haciendo de los mismos y su utilización excesiva e indiscriminada.
1 Comentario
Totalmente de acuerdo. Parece que el mundo lo administran los bancos y la farmacéuticas. No se debería hacer negocio con algo tan fundamental como la salud, pues se olvida el objetivo de sanar y se cambia por el de ganar dinero.
Gracias, Alicia, por esta reflexión tan acertada.
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