Excesivo uso de pantallas en los niños. El empobrecimiento simbólico infantil actual.
Con más frecuencia vamos estando confrontados en la clínica a síntomas y efectos en la subjetividad de las personas que ponen de manifiesto un empobrecimiento simbólico gradualmente en aumento y especialmente preocupante en la infancia.
Hoy quiero centrarme en la incidencia del uso de las nuevas tecnologías con los niños –cada vez de más corta edad- y en algunas de sus repercusiones.
Comienza a ser habitual que los padres, sin apenas cuestionárselo, refieran calmar la inquietud, el llanto, las rabietas, o simplemente responder a las demandas de sus hijos -en ocasiones de pocos meses de edad- poniéndolos delante de una pantalla, en muchos casos incluso como modo de distracción la mayor parte del tiempo. Es algo observable a nuestro alrededor, en salas de espera, transportes, restaurantes, etc. De forma progresiva el tiempo de los niños está viéndose centrado en el uso de pantallas y objetos tecnológicos, su atención captada por las imágenes que proceden de éstos, y su relación con los otros quedando interferida y perturbada por la relación con los objetos visuales a través de los diferentes dispositivos digitales.
Si bien, evidentemente, no se trata de condenar la existencia de determinados recursos tecnológicos, que ineludiblemente forman parte del mundo actual, ni de reprobar su utilización, sí es importante interrogarnos sobre determinado uso con los niños y los efectos en su estructuración psíquica y su subjetividad.
Actualmente, desde los primeros meses, los niños están sumidos en el predominio de la imagen y de los estímulos visuales a través de los diferentes dispositivos existentes, algunos de ellos de muy fácil acceso y traslado (móvil, tablet …), sencillos de manejar e interminable uso. Dichos dispositivos, que han pasado a ser objetos de presencia constante en nuestras vidas, con su oferta de múltiples e incesantes estímulos, están además supliendo la relación directa y personal con el niño, están sustituyendo la presencia activa de los padres en su contacto con los hijos y –lo que es fundamental- la relación estructurante padres-hijos se está viendo afectada.
El niño desde que nace, incluso ya antes de su concepción, viene a ocupar un lugar en el deseo de los padres, es siendo hablado por Otro, como efecto del lenguaje y a través de las palabras que contornean y atraviesan lo real, como se constituye una falta y es posible la existencia como sujeto de deseo.
La presencia difuminada de los padres y adultos, unida al uso de las pantallas de forma continua e indiscriminada, está empezando a constituir un problema. Las imágenes, los estímulos visuales, funcionan como objetos capaces de obturar cualquier vacío. Este deja de ser algo a representar convirtiéndose en una especie de agujero a ser colmado con el objeto siempre repuesto, tal y como sucede en esa sucesión indefinida y fascinante de imágenes que promueve la pasividad del niño y altera su capacidad de elaboración psíquica, la cual requiere tiempos de espera, discontinuidad, ausencias …
Esa sucesión de satisfacciones inmediatas e instantáneas conforman un aglutinado -obstáculo a la simbolización-, sin espera, sin ausencias, sin discontinuidad, sin distanciamiento subjetivo, sin relato, sin elaboración psíquica, es decir, dificultando la subjetivación y aniquilando el deseo.
Laura tiene 7 años de edad. Apenas ha entrado a la consulta, y tras echar un vistazo a su alrededor, exclama contrariada: “¿aquí no tienes tablet o móvil? … es que me aburro”. Enseguida aclara que lo que le gusta son los videojuegos con los que se entretiene siempre que puede (que suele ser buena parte de su tiempo no escolar), especialmente uno en el que ha de localizar determinados objetos entre otros que van apareciendo en una cinta transportadora similar a la de la caja de un supermercado. Sólo ha de mirar y mover un dedo sobre la pantalla. Así, y con juegos parecidos puede pasar horas. Durante la sesión insiste en su aburrimiento, sin apenas poder desplegar ningún juego con los materiales a su disposición (pinturas, construcciones, muñecos, etc.), sólo observándolos con recelo, sin dejar de moverse inquieta y agitada por la sala, actuando su malestar.
Laura es uno de los casos, cada vez más frecuentes, en los cuales se observa un cambio en el juego infantil, una progresiva devaluación de los juegos que precisan creatividad y fantasía, y, en resumidas cuentas, un deterioro de la capacidad de jugar (es decir, de representar simbólicamente).
Se ha instaurado una búsqueda de sensaciones que alejan de cualquier sentimiento de insatisfacción, vacío, carencia, aburrimiento, soledad, en donde no hay intervalos, ni discontinuidad, lo cual es muy diferente del juego como instrumento de elaboración de lo real, como despliegue de la fantasía y de la imaginación, como forma, a fin de cuentas, de encontrarse y arreglárselas con la falta estructural de objeto. Entre sus posibles consecuencias, los niños quedan aferrados a los objetos (visuales) suministrados, que no dejan de instaurar la ficción de un goce alcanzable.
1 Comentario
Muy acertada tu reflexión. Ya veremos, a largo plazo, cómo influye en esta generación de tecnológicos «natos».
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