A lo largo de la vida existen momentos de cambio, situaciones de crisis que ponen a prueba a la persona. En la mayoría de las ocasiones es posible andar por ellos, y somos capaces de adaptarnos, superar los obstáculos, dar significación a dichas situaciones, madurar y desarrollarnos personalmente. En otras, este recorrido está lleno de obstáculos, y pueden surgir problemas o síntomas que, dependiendo de diferentes cuestiones, pueden perdurar en el tiempo, afectando a la vida de esa persona.

La separación es una de estas situaciones. Debido a su frecuencia, en aumento y a la conflictividad presente en buen número de casos, sus efectos –tanto en la pareja como en los hijos- se dejan ver en muchas de las consultas psicológicas.

Según datos publicados por el Consejo General del Poder Judicial, las demandas de disolución matrimonial registradas en 2022, tanto separaciones como divorcios, fueron en nuestro país 95.193.

Sin cuestionar que la ruptura sea la única salida posible a conflictivas relaciones de pareja, el alcance de estas cifras debería sensibilizarnos y hacernos reflexionar a todos, muy especialmente en lo que respecta al modo en que todo lo relacionado con dicho proceso de separación afecta a la parte más vulnerable, es decir, a los hijos, y, por tanto, sobre cómo dicho proceso es llevado a cabo.

Sentimientos de pérdida, de inseguridad, de culpabilidad, son algunos de los que invaden a los niños cuando se enfrentan a la separación de sus padres. Muy frecuentemente los hijos son víctimas de chantajes emocionales y/o económicos, sintiéndose disputados por cada uno de los progenitores. Es frecuente también que vivan la descalificación continua de uno de ellos o de ambos por parte del otro. Cambios de casa, de organización doméstica, de ritmos de vida, de costumbres, de actividades, nuevas parejas, etc. conforman también el escenario de su nuevo contexto vital, exigente y complejo sin lugar a dudas.

Son muchos los aspectos a considerar en relación a todos los puntos mencionados y a los posibles conflictos psicológicos relacionados con el proceso de separación. Hoy quisiera centrar mi atención en uno de ellos: la comunicación a los hijos de una decisión tan importante como ésta.

Es más frecuente de lo que cabría pensar que los padres –en aras de proteger a los niños, de evitarles sufrimientos y “traumas”- eludan cualquier comunicación a sus hijos, anunciando la decisión en el último momento, y planteada como algo inminente. También con frecuencia hay ausencia de explicaciones sobre los motivos de la ruptura (quizá porque es algo demasiado doloroso, o difícil de explicar para los padres).  Existe así a menudo una especie de “ley del silencio” sobre los motivos de la ruptura, así como sobre los sentimientos implicados en el proceso, la cual se convierte en un germen de conflictos psicológicos.

Los niños pueden asumir la realidad en que viven, aunque ello suponga ciertos sentimientos de tristeza o dolor (estos últimos también forman parte de la vida), pero este tipo de anuncios repentinos, así como los silencios instaurados, dejan al niño desprovisto de herramientas para poder ir realizando ese trabajo interno de asimilación de la situación que le ha tocado vivir. No son las malas noticias, ni las situaciones dolorosas, por sí mismas, lo que “traumatiza” o provoca problemas o síntomas a los niños.

Es recomendable permitir al niño ir conociendo la situación, él -al igual que los padres- necesita hacer su proceso de asimilación y de duelo. También es fundamental hablarle con delicadeza, de forma adaptada a su edad y a su situación individual, permitiéndole conocer la verdad de lo que ocurre. Es su derecho y lo que está ocurriendo forma parte de su vida.

 

 

 

A veces algo en la vida es motivo de crisis. Un cambio, un suceso inesperado que irrumpe y que puede afectar a distintas áreas de la vida: el trabajo, el cuerpo, la relación de pareja, las creencias …

Por ejemplo, una ruptura sentimental, una pérdida, un nuevo puesto de trabajo, un cambio en el estado civil, etc. pueden ocasionar crisis. En ocasiones ni siquiera se trata de una vivencia negativa; por ejemplo, conseguir un mejor puesto de trabajo puede desencadenarla.

La crisis está unida a la vida, podríamos decir que no hay vida sin crisis. Con frecuencia tiene que ver con momentos del ciclo vital humano: el destete, la pubertad/adolescencia, la maternidad y paternidad, la menopausia/andropausia, el envejecimiento … Otras, con situaciones y acontecimientos, como  elegir estudios o profesión, una separación, etc.

Son algunos ejemplos de las crisis vitales que caracterizan la existencia humana. La etimología de la palabra tiene que ver con un momento de decisión, una decisión significativa en nuestra vida.  “Crisis” procede del griego, significa “separar”, “decidir”.

La vivencia de crisis nos sitúa en un momento “agudo”, de conflicto, en el cual es necesario pensar, reflexionar, elaborar psíquicamente, hacer cambios, tomar decisiones, resolver.

Es un estado de confusión, en donde sentimos cierta desorganización interior, también inseguridad, miedo, sentimientos de pérdida, incluso vacío. Lo anterior ya no nos sirve de la misma forma. La situación nos confronta a un cambio, a reformular nuestra posición, a tomar decisiones, a replantearnos nuevos objetivos. Pueden aparecer sentimientos de tristeza, sufrimiento, angustia …

Podemos entender entonces las crisis, de modo general, como la repercusión psicológica de complejas situaciones vitales, con sus cambios, la forma en que éstas son vividas por la persona a partir de múltiples y variados factores: coyunturales, familiares, sociales, económicos, así como de su propia historia y de aspectos inconscientes.

Hay crisis relacionadas con el desarrollo en las distintas etapas de la vida, en donde confluyen tanto la evolución física como psíquica de la persona. Son momentos del ciclo vital que nos confrontan a nuevas exigencias, y es necesario un periodo de transición, no se da de forma inmediata el despegarse de una situación pasada y adaptarse a otra nueva. Por ejemplo:

  • La pubertad/adolescencia (cambios físicos, hormonales, psicológicos, dejar la vida de niño, etc.)
  • La crisis de los 40 (factores psicológicos, sentimiento de estar en mitad de la vida y replantearse el futuro …)
  • La menopausia/andropausia (factores hormonales importantes, perder la fertilidad, menor vitalidad …)
  • La tercera edad (jubilación, envejecimiento y problemas físicos, pérdidas …)

Cada persona tiene su propio transitar por tales etapas y vivencias, no afectan por igual a cada uno.

También son frecuentes otros momentos de crisis relacionadas con los acontecimientos y vivencias que pueden ocurrir en nuestra vida:

  • Separación/divorcio
  • Pérdidas o muerte
  • Enfermedades físicas
  • Desempleo o problemas laborales
  • Un nuevo trabajo
  • Problemas económicos.
  • Etc.

En un proceso de crisis es normal hacerse preguntas, agobiarse, tener miedo al cambio. Nuestra mente querría encontrar ya la solución, tener claro el camino a seguir y las decisiones a tomar, pero con frecuencia eso no es posible, hay que ir transitando por la niebla y descubriendo el camino.

En ocasiones los cambios (sean internos o externos) pueden llegar a superar la capacidad de la persona para elaborarlos, resultando complicado adaptarse a ellos. Puede ser un momento indicado para consultar.

En el transcurrir por la vida, que nos confronta a distintas situaciones de crisis, es fundamental contemplar que la vida es un continuo cambio.

Es fundamental reflexionar sobre nosotros mismos, nuestras decisiones, nuestros deseos y metas.

A veces veo pacientes cuya vida ha constituido una auténtica “huida hacia adelante”, “hacer, hacer …”, con gran dificultad para elaborar sus vivencias, para detenerse a mirar si están atendiendo a lo que necesitan y desean realmente, a lo que piensan y creen. En un momento dado, cuando menos se lo esperan, algo les interpela, y de repente todo parece desmontarse, surgiendo la crisis personal.

Las crisis son difíciles y dolorosas, pero al mismo tiempo son la oportunidad de poder cambiar, de tomar decisiones importantes, de evolucionar.

A través de lo que implica la vivencia de crisis, la confusión, el sufrimiento, las dudas, se abre la posibilidad de comenzar a abordar de otra forma la situación, de realizar cambios o nuevos enfoques.

Son momentos en que suele producirse un mayor conocimiento de uno mismo, y se integran nuevos aspectos propios.

No hay que pretender vivir en un estado “plano” de sentimientos y vivencias; las pérdidas, el sufrimiento, las dudas, los cambios, son inevitables y forman parte de nuestra vida.