A veces algo en la vida es motivo de crisis. Un cambio, un suceso inesperado que irrumpe y que puede afectar a distintas áreas de la vida: el trabajo, el cuerpo, la relación de pareja, las creencias …

Por ejemplo, una ruptura sentimental, una pérdida, un nuevo puesto de trabajo, un cambio en el estado civil, etc. pueden ocasionar crisis. En ocasiones ni siquiera se trata de una vivencia negativa; por ejemplo, conseguir un mejor puesto de trabajo puede desencadenarla.

La crisis está unida a la vida, podríamos decir que no hay vida sin crisis. Con frecuencia tiene que ver con momentos del ciclo vital humano: el destete, la pubertad/adolescencia, la maternidad y paternidad, la menopausia/andropausia, el envejecimiento … Otras, con situaciones y acontecimientos, como  elegir estudios o profesión, una separación, etc.

Son algunos ejemplos de las crisis vitales que caracterizan la existencia humana. La etimología de la palabra tiene que ver con un momento de decisión, una decisión significativa en nuestra vida.  “Crisis” procede del griego, significa “separar”, “decidir”.

La vivencia de crisis nos sitúa en un momento “agudo”, de conflicto, en el cual es necesario pensar, reflexionar, elaborar psíquicamente, hacer cambios, tomar decisiones, resolver.

Es un estado de confusión, en donde sentimos cierta desorganización interior, también inseguridad, miedo, sentimientos de pérdida, incluso vacío. Lo anterior ya no nos sirve de la misma forma. La situación nos confronta a un cambio, a reformular nuestra posición, a tomar decisiones, a replantearnos nuevos objetivos. Pueden aparecer sentimientos de tristeza, sufrimiento, angustia …

Podemos entender entonces las crisis, de modo general, como la repercusión psicológica de complejas situaciones vitales, con sus cambios, la forma en que éstas son vividas por la persona a partir de múltiples y variados factores: coyunturales, familiares, sociales, económicos, así como de su propia historia y de aspectos inconscientes.

Hay crisis relacionadas con el desarrollo en las distintas etapas de la vida, en donde confluyen tanto la evolución física como psíquica de la persona. Son momentos del ciclo vital que nos confrontan a nuevas exigencias, y es necesario un periodo de transición, no se da de forma inmediata el despegarse de una situación pasada y adaptarse a otra nueva. Por ejemplo:

  • La pubertad/adolescencia (cambios físicos, hormonales, psicológicos, dejar la vida de niño, etc.)
  • La crisis de los 40 (factores psicológicos, sentimiento de estar en mitad de la vida y replantearse el futuro …)
  • La menopausia/andropausia (factores hormonales importantes, perder la fertilidad, menor vitalidad …)
  • La tercera edad (jubilación, envejecimiento y problemas físicos, pérdidas …)

Cada persona tiene su propio transitar por tales etapas y vivencias, no afectan por igual a cada uno.

También son frecuentes otros momentos de crisis relacionadas con los acontecimientos y vivencias que pueden ocurrir en nuestra vida:

  • Separación/divorcio
  • Pérdidas o muerte
  • Enfermedades físicas
  • Desempleo o problemas laborales
  • Un nuevo trabajo
  • Problemas económicos.
  • Etc.

En un proceso de crisis es normal hacerse preguntas, agobiarse, tener miedo al cambio. Nuestra mente querría encontrar ya la solución, tener claro el camino a seguir y las decisiones a tomar, pero con frecuencia eso no es posible, hay que ir transitando por la niebla y descubriendo el camino.

En ocasiones los cambios (sean internos o externos) pueden llegar a superar la capacidad de la persona para elaborarlos, resultando complicado adaptarse a ellos. Puede ser un momento indicado para consultar.

En el transcurrir por la vida, que nos confronta a distintas situaciones de crisis, es fundamental contemplar que la vida es un continuo cambio.

Es fundamental reflexionar sobre nosotros mismos, nuestras decisiones, nuestros deseos y metas.

A veces veo pacientes cuya vida ha constituido una auténtica “huida hacia adelante”, “hacer, hacer …”, con gran dificultad para elaborar sus vivencias, para detenerse a mirar si están atendiendo a lo que necesitan y desean realmente, a lo que piensan y creen. En un momento dado, cuando menos se lo esperan, algo les interpela, y de repente todo parece desmontarse, surgiendo la crisis personal.

Las crisis son difíciles y dolorosas, pero al mismo tiempo son la oportunidad de poder cambiar, de tomar decisiones importantes, de evolucionar.

A través de lo que implica la vivencia de crisis, la confusión, el sufrimiento, las dudas, se abre la posibilidad de comenzar a abordar de otra forma la situación, de realizar cambios o nuevos enfoques.

Son momentos en que suele producirse un mayor conocimiento de uno mismo, y se integran nuevos aspectos propios.

No hay que pretender vivir en un estado “plano” de sentimientos y vivencias; las pérdidas, el sufrimiento, las dudas, los cambios, son inevitables y forman parte de nuestra vida.

 

 

 

 

 

Muchas personas se sorprenden ante el hecho de que algo que ha podido ser especialmente deseado, como tener un hijo, y que constituye una de las experiencias más gratificantes de la vida, esté siendo origen de una crisis personal y/o de crisis en la pareja, y en casos extremos, incluso el germen de una posterior separación.

La Maternidad y la Paternidad conllevan un conjunto de interrogantes, dificultades, preocupaciones y problemas relacionados con distintos aspectos.

Por un lado, las fantasías que madres y padres tienen previamente, o se hacen durante el embarazo sobre la experiencia de ser padres, idílicas con frecuencia, empiezan a desmoronarse ya desde los primeros momentos tras el nacimiento, y lo imaginado o idealizado puede ser muy distinto de la realidad. Por ejemplo, es difícil pensar -si no se ha vivido- que tener un bebé pueda implicar no tener tiempo ni para darse una ducha, o que dar el pecho cada tres horas suponga, en la práctica, un no parar de amamantar, ayudar al bebé a expulsar el aire que traga al succionar, cambiar el pañal, dormirle, y vuelta a empezar, así durante todo el día. Son sólo dos ejemplos muy concretos y cotidianos de los importantes cambios que ya desde el principio hay que afrontar.

La llegada del bebé conlleva también numerosos cambios en la vida doméstica sin que, por otro lado, disminuyan las exigencias del día a día, muy abundantes por cierto, tales como obligaciones familiares (otros hijos, o padres mayores, por ejemplo), cargas económicas, obligaciones laborales, etcétera. Puede ser por momentos algo agotador y desbordante. Los utópicos planteamientos de conciliación de la vida laboral y familiar, no dejan de ser al menos en nuestro país, formulaciones modélicas aunque muy alejadas de la realidad.

En muchos lugares, como Ibiza, debido a la movilidad por cuestiones laborales, un elevado número de parejas abordan la maternidad y la paternidad sin contar con el soporte de las respectivas familias (que no residen en la isla), lo cual incide en un mayor sentimiento de falta de apoyo, inseguridad y desbordamiento, ahondando los problemas.

Por otra parte, el desconocimiento y la falta de experiencia sobre el cuidado, crianza y desarrollo del bebé suscita muchas dudas y temores. Situaciones sencillas y habituales pueden ocasionar mucha angustia en los padres primerizos. En ocasiones la necesidad de encontrar respuestas y certezas sobre qué hacer, cómo actuar, qué será mejor, etcétera, y la dificultad de convivir con esas incertidumbres acaba llevando a algunas personas a seguir «al pie de la letra» consejos o pautas de otros (de familiares, amigos, profesionales, libros o revistas), asumiendo posturas rígidas, alejadas de la comprensión de la situación particular de su bebé y de la suya propia. Todo ello es, sin embargo, de gran importancia, ya que además de obstaculizar la elaboración personal de las situaciones y poder ir realizando la experiencia propia, puede afectar a la relación con el bebé en esa etapa trascendental de la vida, así como a la misma pareja.

Hay que tener en cuenta, asimismo, que cuando la vida de dos personas, que en ocasiones llevan conviviendo durante años, consistía en trabajar, disponer de tiempo para pasear, ir al gimnasio o al cine, salir por la noche, realizar determinadas actividades, levantarse tarde el fin de semana, etcétera, la llegada de un bebé supone un auténtico terremoto que hace tambalear los fundamentos de la relación y de la situación personal y familiar.

Al mismo tiempo, por si todo ésto fuera poco, ser madre o padre nos enfrenta con nuestra propia niñez, nos conecta con las vivencias que tuvimos como hijos, con las actitudes  de nuestros padres, con las experiencias vividas, con todos esos aspectos que por más que se pongan de manifiesto en nuestras actitudes, sentimientos o reacciones, pueden sernos al mismo tiempo muy desconocidos. Está en juego nuestra subjetividad y ese cambio que consiste en asumir la nueva posición, la cual ya no será más la de ser sólo hijo de nuestros padres, sino ser madre o padre de nuestro hijo. Es un cambio estructural que pone a prueba nuestros cimientos personales.

Tal como hemos ido viendo, son diversos los aspectos que están implicados en este nuevo transitar que supone la llegada de un bebé, y todos ellos pueden provocar dificultades, problemas y crisis. No hay que vivirlo, sin embargo con culpabilidad o como algo negativo y sin salida, pues -tal como los matices de la palabra «crisis» nos indican- aunque una crisis es una situación momentáneamente mala o difícil en una persona, también es el momento en que se produce un cambio muy marcado. Los momentos de transformación no suelen transcurrir sin dificultades y, en ocasiones, sin crisis. Lo importante es cómo se puedan ir recorriendo y abordando dichas dificultades, para lo cual es primordial reconocerlas, comprender que lo extraño sería que no surgieran -teniendo en cuenta de qué se trata-, abordarlas entre la pareja, y en cualquier caso, si son intensas y afectan a su relación y a la relación con el bebé, no descartar buscar ayuda y tener un espacio de escucha y orientación que permita ir hablando y entendiendo lo que estamos viviendo y proporcione un soporte en este trascendental, determinante y emocionante proceso.