¿Qué efectos tienen los silencios y secretos familiares en el psiquismo de las personas?
Con frecuencia, en el trabajo clínico, hemos de abordar síntomas y problemas, en ocasiones de gravedad, que tienen que ver con acontecimientos ocurridos y que han quedado ocultos, silenciados, verdaderos secretos familiares. En ocasiones, indudables pactos de silencio que se imponen, aunque no se haya hecho de forma explícita.
En ocasiones el silencio es debido a que el suceso es desagradable, o se vive con vergüenza o humillación, sería un intento de negación, por ejemplo:
- Un embarazo fuera del matrimonio
- Ludopatía, ruina económica
- Un suicidio en la familia (peor si es de madre/padre; tema complejo, que suscita culpas y preguntas frecuentemente sin respuesta)
- Un abuso/agresión sexual
- Una muerte trágica
- Un acto criminal
Otras veces el silencio se debe a que ese hecho o recuerdo produce angustia, sentimientos dolorosos, o preocupación por cómo lo vivirá el niño, y es un intento de evitar el dolor y el sufrimiento, y/o de alejar sentimientos de culpa, por ejemplo:
- Haber sido abandonado por un progenitor
- La existencia de un hijo muerto
- Un familiar desaparecido
- Que el niño es adoptado
- Una enfermedad mental
Algunos de estos silencios pueden tener efectos graves en el psiquismo de las personas involucradas.
Con los niños se cometen muchos errores en este sentido, con la intención inicial de protegerles o de evitarles sufrimiento, ya lo hemos comentado en otros artículos. Sin embargo, con buena parte de dichos secretos, al no hablar de lo que ha ocurrido, al imponer el silencio, se deja a las personas sin ningún soporte que permite poder ir elaborándolos, es decir, son hechos vividos, pero al mismo tiempo podríamos decir “no vividos”, puesto que no se han podido historiar, articular, procesar. Eso hace que, al contrario de lo que se pretende con el secreto, consciente o inconscientemente, como sería alejar el suceso, olvidarlo negarlo, siempre acaban estando “presentes”, surgiendo de otras formas, las cuales no dejan de conllevar sufrimiento y dificultades para la persona. Además, no es cuestión de que pase el tiempo, de “olvidar” o, como tanto se dice, de “pasar página”, pues sólo se puede borrar algo que primero ha sido escrito.
Es decir, todo ello, y de distinta forma (hay sucesos de mayor gravedad que otros), aunque el secreto se sumerja bajo el manto del olvido y de la falta de memoria, o de forma más activa con amenazas para mantener el silencio, siempre están las huellas que acaban conduciendo a ello. Todo lo reprimido retorna. Las marcas de lo que no se dice siempre quedan en alguna parte, e insisten.
Es muy patente, por ejemplo, en casos de abuso sexual en la familia, cómo lo más traumático no son los hechos en sí, que lo son tremendamente, sino la imposición de silencio que en muchas ocasiones ha existido al respecto, incluso evitando escuchar el relato de la persona abusada. Las repercusiones a nivel psicológico son tremendas.
Cuando no se pueden elaborar hechos o acontecimientos, debido al silencio, es como si se produjera un agujero, el cual, con su fragilidad e inconsistencia, acabará poniéndose de manifiesto en forma de síntomas psíquicos (depresión, fobia, etc.), o incluso a través del cuerpo (ej. enfermedades psicosomáticas). Hablarlo permite ir haciendo algo a nivel psíquico con ese “agujero”, irlo suturando.
Estamos hechos de palabras, palabras que nos preexisten desde antes de nacer en el discurso de nuestros padres. Las palabras, no sólo las dichas, también las calladas, las secretas, tienen el poder de transmitir (a pesar del sujeto). Podemos ilustrar con otro ejemplo: tras morir un hijo se pone el mismo nombre al hijo siguiente, pero no se habla de ese hijo perdido, de su muerte, de lo que pasó, ni de la hecatombe emocional sufrida, pero en ese nombre cuánto de todo eso tan silenciado, cuánta carga emocional, se está transmitiendo al nuevo niño. He conocido algún caso, y son personas con importantes síntomas, frecuentemente psicosomáticos.
Las palabras pueden enfermar cuando permanecen reprimidas, y pueden curar cuando el sujeto puede hablar.
Es un error pensar que como un acontecimiento ocurrió hace mucho tiempo no se puede hacer nada al respecto y pasa a ser cosa del pasado. Se suele creer que sólo es cuestión de que “pase el tiempo” y, entonces, mejor no hablar de ello. Al contrario, este tipo de vivencias con todo lo que implican, sometidas a la ley del silencio, no sólo perduran, sino que sus efectos psíquicos se transmiten incluso a otras generaciones. No se transmiten a través de los genes, pero se transmiten.
En un trabajo psicoanalítico se trata de propiciar, escuchando, una forma de representar esos acontecimientos y hechos de los que se apartó a esa persona con el silencio impuesto, produciendo tantos efectos.
Lo traumático no son los acontecimientos en sí, por muy difíciles que puedan ser (se pueden ir elaborando), el problema es que queden reprimidos, y aparezcan y se repitan al no haberse podido procesar psíquicamente. De esta forma quedamos a su merced. Por eso es muy importante hablar, historiar, y que haya alguien que escuche (no que oiga, sino que escuche).
Con esto tampoco quiero decir, ni se trataría de ello, que hay que hablar y hablar, a veces las palabras son insuficientes para expresar determinadas vivencias. Nos faltan palabras por ej. cuando muere un ser querido, pero en cualquier caso ese silencio es diferente de lo que sería esa especie de “prohibición de hablar”. El primero sería un silencio abierto a las palabras, a poder decir y a querer escuchar por parte de los otros, no es un silencio que inhibe y cierra la palabra, sino que la propicia, diferente completamente de los silencios, secretos y tabúes familiares.
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