¿Por qué hablar del cuerpo en un espacio como éste, que no es de Medicina?

Las consultas por enfermedades psicosomáticas y síntomas físicos, en las cuales se ha descartado un origen orgánico, son relativamente frecuentes. En ocasiones es el mismo médico quien recomienda la consulta (casos de fibromialgia, hipertensión, cardiopatía, problemas digestivos, en la piel …).  Tratar  este tema requiere abordar la cuestión del Cuerpo.

De forma general podemos decir que hay una relación entre lo corporal y lo emocional (por ejemplo, después de un disgusto se puede sentir que se «cierra” el estómago, no se puede comer, o se produce dolor).

Con frecuencia el sufrimiento psíquico se expresa o aparece a través del cuerpo: cuadros de ansiedad, problemas digestivos, dolores y molestias diversos, enfermedades psicosomáticas (colon irritable, ezzemas y determinadas enfermedades de la piel, alergias, asma, etc.).

En ocasiones, tales molestias interrogan a la persona, que ve el rastro de cuestiones relacionadas con su historia o con sus vivencias, por ej. “todo empezó cuando empecé la universidad”.

En otros casos, el fenómeno psicosomático es vivido como algo separado de lo psíquico, algo que se muestra en el cuerpo pero sin simbolizar, como puede ser el caso de un ezzema, hipertensión, etc.).

Aunque a veces se recurre a la explicación «genética» de determinados problemas físicos, en un intento de dar una explicación, y vivimos en una época en donde predomina el enfoque biologicista, bioquímico y genético de las enfermedades, cada vez más por otro lado, se sostiene que la “herencia”, lo heredado, sería más bien una predisposición, una “facilitación” genética,  y que dependería del contexto social/familiar/ambiental, para que dicha predisposición genética tenga un efecto patológico o no. Es decir, lo genético es inseparable del contexto, y de las vivencias y experiencias particulares de cada persona.

También es fácil observar como una enfermedad “orgánica” no viene en cualquier momento de la historia de una persona (historia subjetiva). Por ejemplo, en muchas ocasiones, en el surgimiento de una enfermedad física, se ve el rastro de un estado depresivo (algunos casos de eclosión de una demencia tras la muerte de un ser querido, determinados procesos de cáncer …).

Estas consideraciones tienen que ver con una idea fundamental en la que queremos insistir hoy y que nos puede ayudar a entender la complejidad del psiquismo humano, así como de síntomas y enfermedades que afectan al cuerpo o surgen en relación con él, tal como hablamos, pero cuyo origen no es exclusivamente físico.

Esta idea central es que para el ser humano el cuerpo no coincide con su  organismo. El organismo es lo que nos es dado, pero el cuerpo se “construye”, además de con el organismo, con la imagen y con las palabras. Y esa imagen y esas palabras nos vienen de Otro.

Resumiendo, estaría en juego:

  • Lo real del organismo
  • Lo imaginario de la apariencia
  • Lo simbólico del nombre

Es decir, el cuerpo es algo que se construye a través del lenguaje y requiere claro está un organismo vivo y una imagen que le da unidad.

El niño no puede construir eso sólo. El niño no viene al mundo con una noción o vivencia de su cuerpo, de su yo, de su unidad.  Lo construye con las palabras de las personas que le traen al mundo (palabras que le preexisten ya antes de nacer) y a través de esa relación con esas figuras fundamentales (materna y paterna), que le permiten construir una imagen de su cuerpo. Los hilos de lo orgánico y de las palabras, se entrelazan en el mismo tejido.

El niño llega al mundo rodeado de palabras (cómo ha sido “deseado”, cómo se le imagina, cómo será, qué se espera de él o se proyecta en él, el nombre que se le da, etc.). Palabras que remiten a cuestiones conscientes pero también inconscientes de los progenitores.

Hablamos por tanto del mundo simbólico. El niño tiene que ser hablado por sus predecesores, formar parte del contexto familiar, de sus ideales o rechazos, es decir, de un medio social-histórico.

Además, junto con ese mundo simbólico, de lenguaje, está la mirada de esas figuras fundamentales que devuelve al niño una imagen de unidad, de un cuerpo unificado, a modo de espejo (Lacan, psicoanalista francés, formuló lo que denominó “Fase del Espejo”). Es ese Otro que le dice al niño “eres tú”, “eres Ana”, “eres mi hijo”, “eres guapo», «eres inteligente …”, «te pareces a …».

Lo que el niño sabe inicialmente de su cuerpo, de él mismo, le viene de fuera, aunque luego venga a unirse a sus propias sensaciones, a lo que él percibe a través de su cuerpo y de sus sentidos, ese contorno, esa piel, esa imagen de unidad que luego construye.

Son las palabras, en primer lugar las de la madre, las que desde el primer instante van anudándose a esas primeras sensaciones y procesos físicos que se dan en el organismo del niño (relacionados con la alimentación, la higiene, los cuidados …).  Funciones corporales, procesos orgánicos, sensaciones físicas,  que nunca, ni desde antes de nacer, transcurren solos, siempre están entrelazados a ese mundo de palabras y deseos de los progenitores.

Aunque estos procesos se den de forma “espontánea”, “natural”, no se trata de un proceso orgánico exclusivamente, instintivo o madurativo. Y todo lo que ocurre ahí es de trascendental importancia, porque tiene que ver con la relación con los otros (palabras, símbolos, historia).

Por eso, la estructuración psíquica de una persona, los primeros años de la vida son tan fundamentales y determinantes. Es donde nos construimos como seres humanos, no somos exclusivamente un organismo.

Todo lo dicho nos permite pensar en los avatares de ese proceso de constitución y “desarrollo” del niño:  carencias o excesos en los cuidados, expectativas, ideales, etc., sin hablar de situaciones traumáticas, abandono, abuso, maltrato, etc., y su interrelación con el cuerpo.

Ese “anudamiento” entre  organismo real – imagen – palabras, que conforman lo que somos, cuerpo y mente, explica la complejidad de la persona y permite entender por qué hay sufrimientos que se expresan a través del cuerpo, o por qué el cuerpo “muestra” o “expresa” lo que no podemos decir o poner en palabras, y aparecen en él “marcas” de vivencias que no se pudieron simbolizar.

No dejan de publicarse cifras que reflejan el abuso de este tipo de medicación que existe en nuestro país. Antes de la Covid 19 España figuraba como el segundo país de Europa con un mayor consumo de ansiolíticos, por ejemplo, superando en el consumo de psicofármacos en general a la media europea y doblando a países como Holanda o Alemania.

Antes de la pandemia, un 11% de la población española consumía tranquilizantes, relajantes o pastillas para dormir, y casi el 6% tomaba antidepresivos y estimulantes. Actualmente, se ha registrado un incremento del 20% en el consumo de psicofármacos.

No porque esta situación sea una realidad bastante instalada desde hace años debería dejar de hacernos reflexionar sobre lo que está sucediendo y sus consecuencias.

A lo largo de la vida de toda persona existen momentos de cambio, situaciones de crisis, experiencias y vivencias que pueden conllevar dificultades, dudas, angustia, dolor, malestar psíquico, así como la aparición de síntomas de distinta índole, tales como insomnio, ansiedad, de tipo depresivo, etc. Un problema familiar o laboral, la pérdida de un ser querido, una separación, contratiempos económicos, son algunas de ellas. Se trata de experiencias que forman parte de la vida de toda persona. Son situaciones por las que, en la mayor parte de los casos, la persona es capaz de transitar, dando significación personal a sus vivencias, madurando y desarrollándose, y que en algunos casos determinados pueden requerir, o verse beneficiadas, de una ayuda psicoterapéutica.

Sin embargo, estas “dificultades” leves están siendo abordadas, cada vez más,  como “trastorno” psicológico, y diagnosticadas en forma de “trastorno de ansiedad”, “depresión”, etc., y por consiguiente, medicalizadas, estableciendo así la siguiente equivalencia, tan instaurada en nuestra sociedad actualmente: “presencia de un síntoma = enfermedad o trastorno”, es decir, algo que requiere medicación (para regocijo de las compañías farmacéuticas).

Varias cuestiones confluyen en mi opinión en esta situación. Son insuficientes los recursos existentes en el sistema sanitario público en salud mental (en España hay una cuarta parte de los psicólogos y la mitad de psiquiatras en relación a la media europea). Al mismo tiempo, impera un planteamiento organicista de los procesos psicológicos y emocionales, lo cual genera a su vez muchas expectativas en las personas acerca de que cualquier malestar psíquico será localizado, diagnosticado, y será susceptible de “curarse” con una pastilla. Tales expectativas creadas vienen a unirse a las propias dificultades y limitaciones que tenemos los seres humanos, entre otras cosas, para comprender lo que nos pasa y abordar nuestro sufrimiento psíquico, no dejando de surgir ese anhelo de que exista una “varita mágica” (que en nuestros días parece tomar la forma de píldora), algo exterior a nosotros, que nos saque del malestar, sin esfuerzo, rápidamente, y sin tener que cuestionarnos nada de nuestra existencia.

Se crea así un círculo vicioso de importantes consecuencias. Se están medicalizando problemas leves, situaciones cotidianas, estados de ánimo relacionados con situaciones vitales y existenciales “normales”. Además, los psicofármacos -junto con los efectos secundarios que pueden producir y el riesgo de generar adicción a su consumo- están dirigidos a aplacar el síntoma pero no atienden a lo que lo origina. En este sentido producen en la persona un distanciamiento de su propia subjetividad (inquietudes, dudas, interrogantes, sentimientos, significaciones), es decir, de todos esos aspectos propios y particulares, relacionadas con tales dificultades, y que, aunque incómodos o dolorosos, contienen los hilos que permitirán deshacer el entramado del conflicto. Dicho distanciamiento, junto con la dependencia de la medicación, se convierte en muchos casos en una cronificación de los problemas durante años.

No se trata de cuestionar el uso de psicofármacos, que en un cierto número de pacientes suponen una ayuda necesaria e imprescindible, pero sí de cuestionar la banalización que actualmente se está haciendo de los mismos y su utilización excesiva e indiscriminada.