Algo que vengo constatando en mi práctica en los últimos años es el progresivo aumento de un tipo de consulta realizada por padres de niños pequeños, de entre dos y seis años, que demandan ayuda formulada en los siguientes términos: «no podemos con nuestro hijo (hijo/a)».

¿Cómo es posible que unos padres (adultos) «no puedan» con un niño de tan corta edad? Y si «no pueden» con dos, tres, cinco años ¿qué ocurrirá cuando tenga, por ejemplo, catorce o quince? Y esta expresión «no podemos» no es ninguna metáfora, expresa la realidad que viven. Suelen acudir muy desconcertados, desbordados y angustiados por una situación que les cuesta reconocer, que no acaban de explicarse y que, en cualquier caso, no saben cómo solucionar.

El cuadro suele tener componentes muy similares: el pequeño no hace caso de lo que le dicen, es caprichoso, quiere salirse con la suya, suele ser desafiante, no admite un «no», no acepta las normas ni la autoridad de los progenitores, no tolera las frustraciones. Su reacción en forma de rabietas, pataletas, gritos, llegando en ocasiones a empujar, morder o pegar a los padres, acaba condicionando cada vez más las actitudes de éstos, quienes en un intento de evitar tensiones y conflictos acaban poco a poco sometiéndose a la «tiranía» infantil. Es el pequeño quien acaba determinando las reglas del juego dentro del hogar. La situación altera completamente la convivencia familiar y social, y la familia termina evitando situaciones tan cotidianas como reunirse con amigos, acudir a un restaurante o incluso salir a comprar, para eludir situaciones problemáticas en público.

Los adultos suelen pensar que el niño «tiene mucho carácter», que «necesita autoafirmarse», o que «esa es su personalidad» (causas genéticas), en ocasiones creen que su hijo es «hiperactivo», pues con frecuencia los comportamientos y actitudes mencionados van acompañados de gran inquietud y actividad motora, así como de fracaso escolar, en ocasiones incluso aparece el diagnóstico -tan sobreutilizado hoy en día y un auténtico cajón de sastre- de «Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad».

Si bien estas posibles razones son un intento de explicación, entorpecen al mismo tiempo la posibilidad de reflexionar sobre las causas que han conducido a tal punto. Como suele suceder, este estado de cosas no se origina de repente, más bien suele tener una historia.

Es recomendable prestar atención a estas actitudes tempranas en los niños y no hay que considerarlas irreversibles a pesar de que se trate de una dinámica familiar ya instalada. Es posible, y además necesario, trabajar en ella, para evitar, entre otras cosas, que se convierta en una problemática de mayores implicaciones en el futuro.

Los padres, debido a su desconcierto, suelen reclamar pautas de actuación, y aunque podrían darse un conjunto de indicaciones a seguir, tales como la importancia de la relación entre la pareja, de que existan límites claros, de que actúen con serenidad, de que no centren su atención en la pataleta, etcétera, hemos de evitar caer en consejos simplistas, ya que generalmente ellos no podrán aplicar tales indicaciones o consejos si antes no han podido conectarse con las propias dificultades al respecto. No se trata de una falta de información sobre cómo actuar o comportarse como padres.

Es fundamental poder trabajar con ellos sus vivencias, actitudes y reacciones, las cuales han sido caldo de cultivo de la problemática de la que hablamos. Para citar algunas de ellas podemos referirnos al exceso de permisividad, a la dificultad de decir «no» y de poner límites, a la dificultad para tolerar cualquier contrariedad o sufrimiento en su hijo, a la falta de entendimiento entre madre y padre y de respeto al lugar del otro (a veces desautorizaciones mutuas), a la confusión entre «dar amor» y «dar todo» al niño, procurándole todo lo que pide y cediendo a todas sus demandas, a la dificultad de tolerar tensiones y conflictos (inherentes a la situación de decir «no» y de poner límites), por citar algunos ejemplos.

Para resumir, está en juego la subjetividad de los padres y por tanto, el trabajo con ellos es esencial (no sólo con el pequeño). Esto nada tiene que ver con culpabilizarles de lo que ocurre, se trata de abordar las propias dificultades que suelen estar en el origen de esta situación, para así poder transformarla, si no los problemas se acrecentarán.