El Suicidio

 

Según datos del INE (2020) el Suicidio es la principal causa de muerte no natural con un gran aumento en los últimos años. Si en 2016 el número de personas fallecidas por esta causa era 3.569, en 2020 fue 3.941. Después estarían las caídas accidentales y los accidentes de tráfico.

El suicidio es la principal causa de muerte entre jóvenes europeos de entre 15 y 29 años. Y las cifras van en aumento.

La OMS habla del Suicidio como un “grave problema de salud pública”.

Se trata de un tema tabú, no sólo dentro de las familias. Hasta ahora, en los medios de comunicación, ha predominado la idea de no hablar de ello para evitar el supuesto “efecto llamada”, lo cual es un error.

Generalmente este tema suele plantearse en términos de “conducta suicida”, “tendencias suicidas”, “prevención de la conducta suicida”. Esto lleva a pensar que hablamos de una cuestión de “conducta”. Se trataría de detectar a las personas con estas tendencias y así se podrían evitar las elevadas cifras. Sin embargo, aunque predomine esta pretensión de encontrar respuestas rápidas a todo, protocolos aplicables, datos estadísticos, etc., la realidad es más compleja, y se pierden de vista aspectos fundamentales.

El suicidio es un acto extremo, desesperado; es el punto final de un proceso que tiene que ver con la subjetividad de la persona; aunque implique un “pasaje al acto”, está en juego la historia personal y el contexto social. Es una acción que sigue a una crisis e implica al sujeto en su totalidad.

Además, hay que decir, el suicidio es una cuestión de sufrimiento. Siempre hay una ambivalencia mayor o menor (querer acabar y también querer seguir viviendo).

Cada suicidio, como cada persona, es particular, tiene su historia. Hay etapas complicadas: la adolescencia, (implica muchos duelos), la jubilación (pérdida de proyectos de vida, de seres queridos de la propia generación, de salud, etc.).

A veces aparecen determinados signos, tales como depresión, gran malestar con uno mismo, culpabilidad, sufrimiento emocional, etcétera; aunque no siempre es así.

El suicidio suele contener una dimensión simbólica dirigida a otro, un mensaje (no necesariamente consciente). Algo que no ha podido decirse de otra manera (culpa, acusación, etc.).

Hay que decir que todos somos suicidas en potencia. No es algo exclusivo de determinadas enfermedades mentales. No importa lo fuerte que sea una persona, la persona más resistente y valiente podría verse sobrepasada por los traumas o situaciones con los que tiene que tratar.

 

¿Por qué puede llegarse al suicidio?

 Ya hemos hablado en otros momentos de la importancia de las vivencias de “pérdida”. Es un tema central con relación al Suicidio. En la vida tenemos que enfrentarnos a pequeñas o grandes pérdidas. Todo ello hay que procesarlo y elaborarlo, y por distintos motivos, no siempre se puede.

Las pérdidas implican un –duelo-, es decir, sufrimiento y un proceso de elaboración.

A veces se confunde “superar” una pérdida con “negar”. (Ej. personas que tras la pérdida no manifiestan sentimientos, “pasan página”. No es un buen pronóstico, ya lo hemos comentado).

Vivimos en una sociedad muy negadora de la enfermedad y de la muerte. Predominan valores relacionados con tapar la falta, la pérdida, la muerte, dándose valor a la riqueza, al poder, a las satisfacciones rápidas, etc.

Podríamos decir que lo que se llama “depresión” es frecuentemente una respuesta a una pérdida que no se ha podido elaborar.

En determinadas circunstancias, la persona puede sentirse dentro de un túnel en el que no ve ninguna luz. El suicidio aparecería entonces como la única “salida” posible.

En todo este proceso estarían en juego los “cimientos” personales, y el sostén que proporciona la familia y el tejido social. Es cierto que nuestra sociedad no presta mucho soporte y también hay familias que dan escasa comprensión y sostén afectivo ante los fracasos o problemas de sus miembros.

Otros factores pueden incidir también. No es lo mismo tener una pérdida importante en un  lapso de tiempo que perder a varios seres queridos en ese mismo tiempo, o que a ello se venga a unir un divorcio o un problema de acoso laboral. No quiero decir que el problema del suicidio se deba necesariamente a tal dramática confluencia, pero es un ejemplo que puede servirnos para pensar.

 

¿Cuáles pueden ser las causas entonces de que una persona llegue a un acto tan extremo como el suicidio?

 Hay una multiplicidad de factores que pueden incidir y confluir en el suicidio:

  • Personales
  • Familiares: problemas afectivos y familiares, falta de comunicación, dificultades económicas, enfermedades, etc.
  • Sociales: integración social, políticas de sostén y prevención.
  • Laborales: en algunas profesiones la cifra de suicidios es mucho más elevada que en la población en general (por ej. en la policía y cuerpos de seguridad)

 

Me gustaría servirme para reflexionar sobre el tema de hoy de una metáfora que por su carácter gráfico puede ayudar a pensar:

Consideremos que cada uno de nosotros es una red. Esta red tiene sus hilos que la forman, construidos con lo que nos han transmitido nuestros padres (o figuras materna/paterna) y con las vivencias infantiles (*). A lo largo de los años vamos teniendo otras vivencias y experiencias, las cuales pueden ejercitar y fortalecer esta red, pero también sobrecargarla y debilitarla. Además, no hay redes perfectas, siempre hay algún punto frágil o algún agujero surgido en su misma constitución. Siendo fundamentales los hilos iniciales de esa red, tejidos en la infancia, también lo son el conjunto de experiencias, vivencias y circunstancias que van debilitando esa red o sobrecargándola con su “peso”. Debido a una excesiva “sobrecarga” y/o “fragilidad”, el sujeto no podría sostenerse, la red se rompería por completo y aparecería el suicidio. Tanto los problemas personales y familiares, como los relacionados con el entorno laboral y social, pueden afectar a dicha red (debilitándola, o también fortaleciéndola). Y es fundamental el apoyo, soporte, ayuda, etc. existente a nivel familiar, social, laboral.

 

*(El lugar en el “deseo” de nuestros padres, la relación madre-padre-niño, las relaciones familiares, aspectos de crianza y educativos (estimulación, motivación, comunicación, límites adecuados, permitir que los niños experimenten frustraciones y pérdidas, dándoles soporte, pero no evitándolas, acontecimientos importantes (enfermedades, traumas, problemas económicos y/o laborales, muertes en la familia, etc.).

 

¿Se puede prevenir el suicidio?

Como es el resultado de múltiples factores, todo lo relacionado con dichos ámbitos (personal, familiar, social, laboral) es fundamental.

 

¿Cómo abordar socialmente este tema para resultar útil a la sociedad y a las personas en riesgo?

Lo primero para poder abordar un problema o un síntoma es reconocer que existe, es decir, poderlo nombrar y así también poder interrogarnos sobre ello.

Sería crucial abrir y mantener las preguntas, aunque no puedan darse respuestas inmediatas ni completas, tiene efectos en la subjetividad de las personas, implica un horizonte de escucha y de interés sobre esas cuestiones tan fundamentales, abre un espacio en el que concurren unos interrogantes, unos motivos, una historia personal y familiar que ha terminado desembocando en ese acto,  un contexto, y además el hecho de poder adentrarnos en toda esa complejidad nos permite alejarnos  de planteamientos cerrados y reductibles a términos simplistas como “conducta suicida”,  “trastorno mental”, sostenidos desde una posición resguardada y distante, de supuesta “normalidad” y “cordura”.

Aunque el suicidio es un tema que nos conduce a lo más específico y particular de un sujeto, remitiendo evidentemente a la historia particular de cada persona, como decimos, sería preciso abrir y sostener los interrogantes, así como una mayor concienciación y conocimiento sobre la complejidad de la mente humana, sobre la existencia del Inconsciente (no todo es consciente en el psiquismo humano), sobre la estructuración psíquica y la infancia, sobre la importancia de determinados momentos y procesos de la vida, tales como vivencias traumáticas, pérdidas y duelos, tabús y silencios familiares, separaciones, divorcios,  etc.

 

Cosas que no ayudan para comprender el suicidio:

  • Pensar que sólo se suicida quien tiene un problema mental. Nos gusta pensar que existen las personas “normales” y las que no lo son. Es una forma de colocarnos a distancia de los posibles problemas o dificultades, de poner una barrera o de sentirnos lejos de los mismos. El suicidio no es una “enfermedad mental”, o patología, es el efecto de múltiples factores, como venimos explicando.
  • El enfoque biologicista del funcionamiento psíquico, (en términos de “desequilibrio de neurotransmisores”, etc.), que predomina hoy en día ha influido en el alejamiento del sujeto de su propia subjetividad (sentimientos, vivencias, historia personal …).
  • Los enfoques psicológicos centrados exclusivamente en la conciencia, crean además una falsa ilusión de control.
  • Ciertos efectos malsanos de la Psicología Positiva, con el acento puesto en el optimismo y la positividad a ultranza, dificulta en muchas ocasiones que las personas se permitan conectarse con su malestar y sufrimiento, y así poderlo elaborar.

 

¿Cómo podemos ayudar a una persona que tiene ideas de suicidio?

Es fundamental tener en cuenta algunas cuestiones:

  • Escuchar, permitir y favorecer que la persona exprese sus sentimientos y pensamientos.
  • Preguntar, no decir nuestras opiniones, propiciando que la persona reflexiones sobre los efectos que tendría el suicidio en sus familiares, amigos, etc.
  • No juzgar ni intentar convencerle.
  • No quitar importancia, al contrario. Ofrecer ayuda, pero también mostrar nuestra preocupación.
  • Transmitir un apoyo sólido, aunque sea difícil intentar no entrar en pánico.
  • Tomar en serio los pensamientos suicidas.
  • Interesarse por los motivos de la persona para llegar a ese punto, y transmitir respeto.
  • Ofrecer apoyo emocional.
  • Si vemos que hay un plan muy pensado y premeditado (cuándo, dónde, cómo), intentar que pida cita con psicólogo, psiquiatra, o según la situación, contactar con un centro de urgencias, hospital, etc.
  • No dejar sola a la persona.