Los primeros años de la vida del niño, en el plano psíquico, son de gran importancia. No son un proceso de desarrollo natural, lineal, sin baches ni obstáculos.
Aunque no hayan existido situaciones traumáticas, aunque no se trate de una familia desestructurada, problemática o marginal, aún cuando se trate de «un niño deseado», «muy querido», etc., incluso así el niño puede tener sus dificultades y sufrimientos.
Las relaciones establecidas con las figuras primordiales (madre, padre o sustitutos) son estructurantes y van a ejercer influencia en las posteriores relaciones (de pareja, con iguales, etc.). Cuando decimos «madre», «padre», nos referimos a la figura materna y paterna, generalmente coincidentes con los padres biológicos (aunque podría no ser así, por ejemplo, en casos de adopción, horfandad o situaciones familiares particulares). Se trata de funciones que, junto con el niño, conforman la estructura necesaria para la constitución psíquica de éste.
Los padres son los responsables del cuidado, alimentación, higiene del niño, así como de su desarrollo físico y emocional. Dicha responsabilidad, así como el nivel de dedicación y cuidados necesarios, va variando a lo largo del desarrollo infantil. Esta partitura, inicialmente común para todos, en tanto está en juego la subsistencia de todo niño debido al estado de inmadurez con el que el ser humano viene al mundo, presenta multitud de melodías diferentes, tantas como personas.
El niño al nacer viene a ocupar un lugar en el deseo de los padres: este lugar está constituido por sus palabras, sus fantasías con respecto a ese hijo, por sus proyectos, expectativas, anhelos, miedos y temores, los cuales además no pertenecen en su totalidad al dominio consciente de la persona. Los deseos de los padres preexisten al niño. Desde estos momentos, anteriores incluso a la misma concepción, los padres están proporcionando al bebé un lugar en el mundo y, posteriormente, tras el nacimiento, éste será un lugar que le permitirá su existencia como sujeto, es decir, su existencia psíquica. El niño ocupa así un lugar en las palabras de sus padres, un lugar simbólico, el cual por supuesto no es ajeno a la historia familiar de los padres y se remonta a su vez a anteriores generaciones. Así el bebé humano es introducido en el lenguaje, en ese entramado de palabras, de relaciones, de afectos de distinto signo, de identificaciones, base de su constitución psíquica.
Es fundamental la prematuración con la que el bebé llega al mundo. Necesita los cuidados y atención durante varios años para poder subsistir. Crecer y existir como persona, como sujeto psíquico no es exclusivamente una cuestión de maduración y evolución biológica. Es interesante la investigación del psicoanalista austríaco Spitz que en 1945 describió el «Síndrome de Hospitalismo». Observó que en instituciones hospitalarias, en las que los niños eran atendidos en todo lo referente a alimentación, cuidados médicos, etc., pero de forma anónima, desarrollaban síntomas importantes, tales como retraso psico-motor, problemas de sueño, pérdida de expresión, mutismo, insomnio, etc., pudiendo llegar incluso a la muerte.
En resumen, existimos como efecto de un deseo de Otro, es Otro que nos da un lugar en el mundo, un lugar para existir como sujeto, que proporciona palabras, afecto, emociones … No se trata simplemente de un desarrollo físico, natural y evolutivo.
Tras el nacimiento, los padres cuidan de su hijo, le procuran cuidados con respecto a la nutrición, a la higiene, a la salud, y cariño, afectos, palabras, introduciéndole en el mundo del lenguaje, de forma que desde los primeros instantes, todos los cuidados, sensaciones físicas, procesos orgánicos, aprendizajes, desarrollo intelectual, etc. están presididos por esa relación. Lo orgánico y lo psíquico se entretejen en un mismo tejido. Es algo trascendentel para entender la complejidad del desarrollo infantil.
Las palabras de los padres, sus expectativas y sus deseos con respecto a ese niño están incluso antes de que sea concebido. Deseos conscientes e inconscientes. Es algo fundamental porque tiene que ver, como decíamos, con la posibilidad de existir como sujeto, y claro, tiene que ver con nuestra historia particular. Por ejemplo: un niño puede haber sido «un bebé muy deseado», en palabras de sus padres (deseo consciente), pero puede haber venido a ocupar el lugar de un hermanito muerto (con todos los efectos psicológicos que ello puede conllevar), o siendo un niño venir a ocupar el deseo de tener una niña. Todas estas cuestiones, de distinto tipo (en buena parte inconscientes), están presentes en la historia de cada uno, y tienen efectos en la subjetividad y el desarrollo infantil.
El proceso de hacerse sujeto psíquico siempre es complejo, y tiene baches y contradicciones. Los síntomas o problemas de un niño, en cierto grado, forman parte de cualquier estructuración psíquica.
No es raro que aparezcan problemas con la alimentación, el control de esfínteres, miedos y fobias, pesadillas, problemas escolares, etc. Hay que prestar atención si se trata de problemas intensos o si perduran en el tiempo.
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